Encontrarse a sí mismo implica renunciar a las influencias
del ideal parental. Más aún, si dicho ideal estaba viciado por la
psicopatología de ambos padres. Dicho
ideal parental se instaló en el inconsciente cuando se formaba el carácter y
ahora es confrontado por la realidad. El Ideal del yo se mira en el espejo del
principio de realidad. Aunque hay que señalar que dicha realidad bien puede
estar afectada por problemas de percepción y pensamiento.
Lo que hoy vemos en nuestro entorno, puede no ser la
realidad. Lo que ve nuestro inconsciente tampoco tiene certeza y lo que este
nos dice que debió haber sido, también era una visión incierta de la propuesta
parental para nosotros en los albores de nuestra existencia.
Si no hay ningún acuerdo entre todas estas instancias ¿para
qué preocuparnos o reprocharnos nuestra falta?
Por ejemplo, el caso de la autolesión bien puede ser un paso
al acto del deseo de ser uno mismo separado de quien fantaseadamente trata de imponer
ciertos ideales, en mucho la madre que se ha instalado como parte de nuestro
grupo psíquico interno. Ese violento acto de separación, el corte doloroso de
la piel, sometido a un impulso mortal irrefrenable, es precisamente la acción
que el ego solicita en el fondo aunque la forma aparece equivocada.
El desarrollo de la identidad tiene que ver con una sucesión
de intentos de separación de los objetos parentales en la que paradójicamente
se les necesita en la medida en que se avanza hacia la individuación. Se les
necesita como referentes y en ello muchas veces concurre toda una cadena de
frustraciones que han de ser superadas. El desarrollo psíquico viene a ser
entonces la solución de un conflicto, donde concurren al campo de batalla una
fantasía y una percepción.