Uno de los principales cuestionamientos hechos (principalmente por terapeutas no adictos) a los programas de autoayuda de doce pasos dedicados a la rehabilitación de adictos y sus familiares, es que en muchas ocasiones se da la separación de parejas dentro del proceso de recuperación; el razonamiento aducido para ello es que dichas parejas “no llevan el programa a su casa”, esto más bien pudiera ser una ppostura ideológica que el terapeuta intenta imponer a su paciente. Es necesario aclarar que, si bien estos programas promueven la reunión de la pareja —cosa considerada primordial en el caso de AA—, en muchas ocasiones estas buenas intenciones no se logran y la familia sigue en proceso de desintegración a pesar de que el adicto ha dejado de consumir. Incluso hay adictos en recuperación que pueden pasar por uno o varios divorcios durante periodos de recuperación continua, llegándose a considerar esto como una situación “muy normal”. Existen muchas explicaciones para ello, aquí abordaremos una no convencional, basada en la psicología de lo inconsciente. El hombre, en su inconsciente, tiene una parte femenina —Ánima— y la mujer una masculina —Ánimus—
[1]. Estas áreas responden a una vida inconsciente, de acuerdo a la apreciación junguiana, que en forma de constructos actúan de manera compensatoria con las situaciones que ocurren en la superfi cie consciente.
Los procesos adictivos encuentran referente a nivel inconsciente y deben sin duda alguna responder a estas imagos que Jung teorizaba. Existe entonces una correspondencia en la pareja al nivel de los procesos inconscientes. Con esto se quiere decir que en la adicción, a nivel de la psicología profunda, se da la existencia de un determinado impulso —que también puede ser ubicado en el id freudiano—, que da lugar a ciertas relaciones objetales al nivel consciente. Cuando estos constructos se interrelacionan, es decir, cuando el ánima y el ánimus de un hombre y mujer adictos (o adicto y codependiente) interactúan, surge una confluencia de energías psíquicas interesante. Enesta apreciación de la correspondencia consciente–inconsciente, es muy importante tomar en cuenta los sentimientos que afectan a nuestro ser en el aquí y en el ahora. Para Jung, la imagen que mejor describe el complejo de ánima y el ánimus, es un nido formado por dos círculos que interactúan.
Esta interacción se da de manera autocompensadora; si empiezan a existir movimientos en uno de los círculos que no son compensados en e otro, puede aparecer un punto de ruptura, una pérdida de equilibrio en el complejo. La búsqueda de un nuevo equilibrio psíquico individual, derivado de la sensación de frustración producida por el cambio percibido por al ánima respecto del ánimus de la pareja, traerá actitudes conflictivas a nivel consciente.
La cuestión está en cómo visualizar las manifestaciones inconscientes de esta vivencia de pareja cuando una de ellas, decidida a trabajar un cambio profundo de personalidad, comienza a afectar sus propios contenidos inconscientes, llegando a trastocar el modo en que su ánima o ánimus se manifiesta.
En primer lugar, vale la pena observar algunos comportamientos que dan evidencia proyectiva de lo que la conjuntio de esta singular pareja produce.
Sueños, actuaciones patológicas, comportamiento ritual sexual, motivos de discusión, formas de control, nuevos rituales de intoxicación (que pueden incluir otra clase de conductas adictivas como el sexo compulsivo, el apostar patológico, patrones de conducta obseso compulsivos), son algunas evidencias de lo que está ocurriendo en el sustrato de esta reunión de contenidos inconscientes.
Hay que partir de los elementos que se están reuniendo, y que se encuentran ávidos de actuar la patología. Se hace manifiesto, entonces, un estado singular en la pareja que no se encuentra en el proceso de cambio en el que existe una unión de contrarios que se ve antecedida por un cierto estado previo al caos (nigredo), estado en el que el alma se encuentra vacía, en espera de que el ánima regrese. Esto implica una pérdida de la capacidad de amar, que posiblemente será recuperada.
El ennegrecimiento, la nigredo, es el estado inicial, ya sea como cualidad de la prima materia —existente antes del caos o de la masa confusa—, o bien causado por la división (solutio, separatio, divisio, putrefactio). Si, como se suponía en ocasiones, se postula el estado de división, se llega a la unión de los contrarios expresada por el símil de la unión de lo masculino y de lo femenino (el llamado coniugium, matrimonium, coniunctio, coïtus) y entonces se produce la muerte del producto de la unión (mortificatio, calcinatio, putrefactio), con el correspondiente ennegrecimiento. En virtud del lavaje (ablutio, baptisma), se puede pasar de la nigredo directamente al emblanquecimiento, o bien el alma (ánima), que ha huído del cuerpo muerto, vuelve a unirse a éste para vivificarlo, o bien los muchos colores (omnes colores, cauda pavonis) conducen a un único color, que los contiene a todos.
[2]Pero el ánima que regresará probablemente no sea la de la persona con la que en la adicción activa se compartía. En la comprensión de la actuación a nivel inconsciente de estos constructos, surge entonces el convencimiento de que la persona que se ha dispuesto a cambiar, debe manejar un gran nivel de aceptación a nivel consciente, respecto del choque que están teniendo a nivel inconsciente el ánima y el ánimus de su pareja. ¿Podría entenderse con esto la renunciación que se hace en el proceso de recuperación de la pareja, que en muchos casos se vuelve definitiva?, ¿qué tanto puede influir una terapia superficial —encaminada al abatimiento de los síntomas— ante los cambios profundos que se están gestando en el ánima y en general en todo el sustrato inconsciente?
De cualquier manera, es necesario para el adicto en recuperación llegar a entender que existe un proceso de ajuste inconsciente con su pareja, que es necesario trabajarlo y esperar con paciencia los cambios que deberán aceptarse en el sentido que vengan.