viernes, 20 de agosto de 2010

El Duelo Inacabable




Y por cuanto esta doctrina es de la noche oscura por donde el alma ha de ir a Dios, no se maraville el lector si le pareciese oscura.[1]

El tránsito por una noche oscura, así parece la depresión, el paso por la pérdida, por la falta que siempre se ha de sentir. Es el duelo, y esta palabra deriva del latín dolus: dolor. Dolor por el que se pasa, un proceso. Es la respuesta afectiva a la pérdida de alguien o de algo[2]. La noche oscura aparece en el estado de soledad y solamente se sale de ella aceptando que es parte del dolor de vivir. Pero no es el dolor del artrítico, que se acostumbró a vivir con su agresión contenida. Es un dolor que se ha de enfrentar en la cotidianeidad hasta no sentirlo, para sentir otra cosa. Vivir es pasar por el dolor, sufrir. Entonces a esta línea de dolor cotidiano se le vienen a sumar dolores pasajeros. ¿Para qué obsesionarse por salir de ellos con paliativos?

Desde un principio hay que decir que el duelo es un proceso, pero es percibido como un constante sufrimiento por quien lo padece. Se avanza en el proceso y surgen otras pérdidas, esta es la vida, la adquisición de nuevas realidades de manera constante. Se retira el afecto de algo o alguien perdido para ponerlo en otro, pues si se queda en lo extraviado, surge la enfermedad del apego irracional y esto es lo que impide la paz. No podemos estancarnos en la realidad del presente, pues éste siempre está dejando de ser y eso implica necesariamente pérdidas. Es mejor aceptar. ¿Por qué nos lastimamos más con el sinsabor del fracaso en la búsqueda de una felicidad inalcanzable? Siempre se pasa por despedidas de objetos y personas que se pierden, desde la más temprana edad y estos duelos, tienden a reeditarse cuando surgen otros que se parecen a los primeros. Melanie Klein, afirma que se aprende a aceptar la pérdida desde una temprana edad:

Desde mi punto de vista, hay una conexión entre el juicio de realidad en el duelo normal y los procesos mentales tempranos. Creo que el  niño pasa por estados mentales comparables al duelo del adulto y que son estos tempranos duelos los que se reviven posteriormente en la vida, cuando se experimenta algo penoso. El método más importante para que el niño venza estos estados de duelo es, desde mi punto de vista, el juicio de realidad...[3]

La realidad nos confronta. Se viene a la vida a ganar…y a perder. El duelo se hace cuando se pierde lo querido, cuando surge la conciencia de que algo falta. Se puede perder a alguien o algo, se puede perder parte de sí mismo, se pierde el tiempo de la vida. Las decepciones son pérdidas difíciles de asimilar. En cualquier pérdida, se cae en la desesperanza, que a toda costa se quiere ocultar. Hemos desarrollado una gran compulsión para evitar el dolor de la pérdida, el duelo. Sobre todo aquellas pérdidas que nunca se quisiera llegar a tener. Según Judith Viorst, “el duelo es el proceso por el cual elaboramos las pérdidas de nuestras vidas”[4]. El duelo es el resultado de una crisis que representa la pérdida sufrida.

La melancolía se caracteriza psíquicamente por un estado de ánimo profundamente doloroso, una cesación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de todas las funciones y la disminución de amor propio. Esta última se traduce en reproches y acusaciones, de que el paciente se hace objeto a sí mismo y puede llegar  incluso a una delirante espera de castigo.[5]

A veces, puede uno prevenirse de una pérdida anticipada, a fin de evitar sentimientos dolorosos que en el pasado se tuvieron al perder un objeto querido,  pero castigándose, como si se pagara un anticipo por lo que se perderá, como si uno fuera culpable de que el otro se muriera, se despidiera o simplemente se ausentara brevemente.  Pareciera que eso es vivir también, por adelantado, el duelo. No hay duelo real por lo que no ha terminado. Eso es lo que hacemos con la vida, sentimos que la perdemos y por eso necesitamos de paliativos, de remedios temporales, de manera repetida. Una y otra vez intentaremos llenar los huecos que nos deja la labor de anticiparnos a perder la propia vida, a perder la relación con los sujetos y los objetos, a perder a las distintas personas que vamos siendo a lo largo de la vida. Pero el duelo no es más que terminar de matar al muerto, acabar con lo que se ha acabado. La separación implica además un evento traumático que es necesario superar con un proceso de duelo.

Pasar por un tránsito doloroso, esa es la experiencia relatada por el  depresivo que ha recuperado un estado de ánimo gozoso.  El origen de las depresiones profundas es tener que pasar una y otra vez por dicho lugar siniestro, por aquella situación en que algo hizo falta; en una repetición martirizante; a veces, porque se ha convertido en una fuente de ganancias de todo tipo, sobre todo producto de la compasión y lástima producida. Pudiera haber en esto la evocación del primer desengaño del bebé que se siente amado y protegido por su mamá y que de pronto se ve traicionado porque ella ha destinado su atención a algún otro.

Sentimos rabia y odio por los muertos de la misma manera que un niño odia a su madre cuando ésta se va. Y, al igual que esta niño, tememos que sea nuestra rabia, nuestro odio, nuestra maldad lo que los ha hecho desaparecer. Sentimos culpa por nuestros malos sentimientos y también una culpa intensa por lo que hemos hecho y por lo que hemos dejado de hacer.[6]

Odio y amor, ambivalencia presente en toda neurosis.
“El examen de realidad ha mostrado que el objeto amado ya no existe más, y de él emana ahora la exhortación de quitar toda libido de sus enlaces con ese objeto. A ello se opone una comprensible renuencia; universalmente se observa que el hombre no abandona de buen grado una posición libidinal, ni aun cuando su sustituto ya asoma”.[7]

Hace casi cien años Abraham[8] (1911) proponía la siguiente fórmula en el hipotético fraseo de un paciente deprimido: “la gente no me quiere, me odia…debido a mis defectos innatos. Por eso soy desgraciado y estoy deprimido”. El deprimido se retrae de la vida social, cree que lo odian y que es mejor vivir aislado, no despertar. Esto ocurre muy frecuentemente como producto del rechazo. Hay un desapego libidinal del mundo externo, que está acompañado de la queja de haber perdido el interés e incluso el amor de los demás.  


[1] San Juan de la Cruz: Subida al Monte Carmelo.
[2] Víctor M. Pérez Valera, S. J. Aspectos Espirituales y Religiosos del Duelo por la Muerte de un Ser Querido, México, Universidad Iberoamericana,

[3] Klein, M. (1940) El Duelo y su Relación con los Estados Maníaco – Depresivos, Barcelona, Paidós, 1990. pág. 347.
[4] Viorst, J. (1986). Pérdidas Necesarias. Madrid, Plaza & Janés Editores, 1990.
[5] Freud, S. (1919) Duelo y Melancolía...
[6] VIORST, Judith (1986) Pérdidas Necesarias, Barcelona, Plaza y Janés 1990, pág. 265.
[7] Freud, S. Duelo y Melancolía...
[8] Abraham, K. (1911). Notas sobre la Investigación y Tratamiento Psicoanalíticos de la Locura Maníaco-Depresiva y Condiciones Asociadas. En: Abraham K. (1994) Psicoanálisis Clínico. Buenos Aires, Lumen – Hormé.