sábado, 22 de mayo de 2010

El miedo a morir y a no ser amado



El miedo a morir a veces entra en contradicción con el miedo a ser amado, venciendo éste en la lucha. No ser querido cuando se tienen demasiadas expectativas de serlo produce una angustia inaguantable, que deprime. Tiene que ver con la forma en que cada individuo se valora. mLa muerte tiene certidumbre y no hay para dónde hacerse. Sólo se puede creer en algo más allá.

Puede  que el cálculo inconsciente del ideal del yo sobre la inmortalidad se confronta y hay que despedirse de la posibilidad de un sí mismo infinito. La muerte posible angustia. Ante ello, se proponen diversas maneras de enfrentar el miedo a morir. La religión siempre ha sido la más socorrida. En el evangelio de Lucas, Jesús dijo:

"Pónganse derechos y alcen la cabeza, que se acerca su liberación" (Lucas 21:28).

Pareciera que hace un llamado a que, después de la vida terrenal, habrá una liberación tal, que no habrá por que sentir miedo. Muchos de los grandes momentos místicos de la humanidad se hallan referidos a la pérdida de ese miedo para poder superar el duelo de saberse mortal.

Pasar por el duelo en forma cotidiana es subir una montaña; esfuerzo al que se agregan las vicisitudes derivadas de otras pérdidas, principalmente de objetos, incluídas personas, de las que de alguna manera se dependía.

La dependencia rota, en la cual la persona que ha sido dependiente durante mucho tiempo, de pronto ve rota esta clase de vida, por ejemplo en el caso de una mujer que ha sido dependiente toda su vida, del padre, del marido y repentinamente surge una situación de muerte o divorcio, puede ser el detonante de una depresión severa. Así lo maneja Colette Dowling, al describir el “complejo de cenicienta” y su relación con la dependencia:

“La dependencia psicológica personal – el deseo profundo de que otras personas cuiden de nosotras – es la principal fuerza que mantiene sujetas hoy día a las mujeres. Le doy el nombre del “complejo de Cenicienta”: un entramado de actitudes y temores largamente reprimidos que tienen sumidas a las mujeres en una especia de letargo y que les impide el pleno uso de sus facultades y de su creatividad. Como cenicienta, las mujeres esperan algo que, desde el exterior, venga a transformar su vida”.[1]

Esta ruptura vincular, genera una sensación muy grande de falta, pues se tienen dos clases de angustia, una por la separación y otra que pudiera aproximarse a una sensación de ser aniquilada, debido al miedo de perder la fuente de sustento, de alimentación que la dependencia causaba. Una dependencia causante de resentimientos. Se depende de una expectativa y no se perdona a quien no la cumple, ni a uno mismo.

Pero, antes de la angustia de muerte está la de ser abandonado. Se pasa de la sensación de soledad a la de saberse en peligro y el objeto codependiente no regresa. No se quisiera vivir en soledad.  Desde lo psicosocial, si ante las nuevas configuraciones vinculares, lo mejor sería aceptar a un hombre o mujer solitarios que ya no quisieran tener un compromiso de pareja y que no por ello se les estigmatizara. Hay que explorar esa posibilidad. Todas las personas solitarias que hoy no son visitadas por nadie y que enfrentan cotidianamente el temor a morir solas. ¿Qué significa el mal deseo de otros, de condenar a la “muerte en soledad”.

“Murió sólo” frase que despierta temor. Los panegíricos dicen a veces, “murió acompañado de sus seres queridos y en paz espiritual”. Esto último es lo socialmente deseable. Estar solo y morir así es condenable, no se puede ser feliz si se muere sólo.

En primer lugar, hay que visualizar qué clase de apego se tiene con otros objetos[2] significativos.

En segundo lugar, cabe observar qué miembro de la pareja tiene más miedo a la fusión o deseo de separación – fobia al compromiso – y cual mayor temor a la separación o deseo de fusión – fobia a la falta -, aunque también hay que establece situaciones de alternancia entre ambas fobias.

No hay que dejar de reconocer también la incapacidad de amar, que parte de la impotencia para establecer vínculos significativos y duraderos.

En los rompimientos amorosos, hay que seguir disfrutando de la vida, pues aunque se da la falta de alguien, de cualquier manera se presentan momentos de felicidad. Al dolor más profundo de la falta, la depresión que está en la sima, el afecto más doloroso, se le teme, con razón y se cree entonces que si se está viviendo algo bueno – por experiencias desagradables del pasado – esto tiene que terminar en algún momento y es preferible hacerlo sin tanto dolor como el que se teme.

Es como si se pensara que va a venir un huracán y que fuera mejor huir antes de que golpee. Pero tal vez las relaciones no sean así y este temor al futuro debiera enfrentarse con fe.

Aquí puede insertarse adicionalmente un miedo particular, el miedo a fallar, el perfeccionismo y las consecuencias que, incluso mortales, suicidas, puede llegar a tener. Esto lleva implícito la tendencia que se tiene, debido a la pulsión de muerte, de no disfrutar los éxitos, esperando uno mayor. Blatt ha escrito un artículo sobre la destructividad del perfeccionismo, en el que retoma tres casos de hombres brillantes que cometen suicidio en un momento cumbre de su vida, debido a que lo logrado, exitoso para quienes le observan, no es suficiente para ellos[3]. En efecto, el perfeccionista, por temer una crítica excesiva, una imposición de conciencia que le castigará por no llegar finalmente a lo anhelado, tenderá a inflingirse el mayor castigo, a pesar del éxito, derivado de una trágica inhabilidad de saborear logros.

¿Cuándo se llega a este estado? Haber llegado lejos en el trayecto existencial y no sentirse jamás satisfecho. Vaya forma de infelicidad.  Surge entonces una contradicción, se teme a la muerte, pero es preferible tenerla muerte real que la muerte pública. ¿Qué es lo que persigue a esta clase de personas?

La culpa, diría Freud en “los que fracasan cuando triunfan”[4]. La culpabilidad, en cierta fase de las separaciones, se magnifica y se convierte en obsesión. Esto se puede superar si se  recuerda que el duelo es un proceso y los sentimientos negativos son pasajeros, constituyen una forma de cambio en donde uno a uno irán resurgiendo del pasado sucesos ocurridos, por lo que emerge la culpa, el remordimiento, el odio y los resentimientos; vienen las justificaciones y el doliente trata de lograr para sí un estado en el que se asuma como bueno, aunque el cambio implica reconocer y aceptar ña responsabilidad de lo ocurrido para que la relación se rompiera, para así dar nuevos pasos hacia delante en la trascendencia.

En la vida moderna, la negación del miedo a morir, hace mentir a todos. Algunos incluso dicen que Dios es una gran mentira que nos decimos porque tenemos miedo a morir. La mentira es social, todos nos mentimos para obtener el privilegio de “vivir mejor”. Empezando por los dueños del poder, la mentira surge.

Soren Kirkegaard es una historia de un depresivo. Sin embargo, meditaba en un parque muy bello, en el jardín real de Copenhague. Un depresivo rico que sufrió la pérdida de su madre y cinco hermanos en un lapso de quince años. Su filosofía es un intento de repararse de la melancolía surgida de esas pérdidas, una manera de perdonar al destino y de perdonarse. Sin embargo, no vivió mucho, apenas cuarenta y dos años.


El deseo de vivir más tiempo podría tener que ver con un intento filogenético del ser humano por perpetuarse en otro confín del universo. Es decir, si se vive más, seremos capaces de vivir durante todo un viaje interplanetario para llegar a colonizar otro lugar y reproducirnos.  Vivir más, viajar más rápido.


[1] Dowling, Colette (1981): El Complejo de Cenicienta, el Miedo de las Mujeres a la Independencia, México, Editorial Grijablbo, 1987, pág. 35.
[2] Debe reiterarse que aquí s utiliza el témino objeto para denominar incluso a personas.
[3] Blatt, S.J. (1995). The Destructiveness of perfectionism. Implications for the treatment of depression. American Psychologist, Vol 50 No. 12. Washington. American Psychological Association.
[4] Freud, S. (1914) Los que ffrecasan cuando triunfan. . Obras Complatas. Buenos Aires, Editorial Amorrortu, T. XIV.